miércoles, 23 de junio de 2010

EL QUE PONE LA MANO EN EL ARADO Y SIGUE MIRANDO

Texto Lc 9,57-62
57 Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!». 58 Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».

59 Y dijo a otro: «Sígueme». Él respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». 60 Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios».

61 Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». 62 Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».

Reflexión

Para poder entender estas exigencias tan radicales que Jesús exige para el discipulado, hemos de estar claros que la llegada del Reino de Dios para Jesús no es algo que llega cuando toque, no es una espera pasiva. Para Jesús la llegada del Reino de Dios es inminente, es intervención definitiva de Dios en la historia a favor de los pobres y la misma está a punto de acontecer, por eso que Jesús tiene prisa y urgencia en la proclamación del mismo, y las condiciones del discipulado no pueden ser basadas en tradiciones y costumbres.

En el texto nos encontramos tres personajes anónimos y solamente el segundo que ocupa el centro, Jesús le hace la propuesta de manera directa en vista de su disposición: SIGUEME. En cambio lo que es el primero y el tercero no la reciben porque la disposición nace de ellos y no del maestro.

La primero que se ofreció para el discipulado (“te seguiré a donde vayas”), Jesús le pide que no se identifique con ninguna institución que le dé seguridad porque el discípulo debe de vivir la inseguridad, debe de dar y perder la vida para ganarla; esto exige renuncia a la comodidad y tranquilidad. Jesús quiere discípulos Cosmopolitan, es decir que vivan en el mundo sin ser del mundo.

El segundo, que recibe la invitación directa del seguimiento, lo invita hacer una ruptura total que debe sacarlo de su indecisión, el discípulo no puede cargar con el pasado, porque el Reino de Dios es novedad, vino nuevo que exige odres nuevo, entiéndase aquí el odre como mentalidad y corazón nuevo incluso hasta la forma de relacionarse con la familia.

Al tercero que pide un tiempo para la despedida, Jesús le hace ver que el ser discípulo solo es posible con decisión firme y constante, no se puede sembrar la semilla del Reino sin el cuidado que la misma exige para germinar y dar el ciento por uno.

Definitivamente el seguimiento que es ser discípulo, no es por admiración, no es por conformidad ideológica, no es por particularismo sagrado e identificación institucional.

Si vemos desde nuestra mirada humana estas exigencias nos parecen crueles, pero hemos de verla es en la línea de la prioridad del Reino de Dios por encima de cualquier interés o compromiso. Estas exigencias van trabajando poco a poco nuestro ser de creyentes, porque ser cristiano es ser discípulo, y eso implica un crecimiento constante y más cuando se viven crisis donde se tiene la tentación de buscar seguridades, volver a posiciones fáciles, buscar una religión o ideología que proteja.

Ser discípulo de Jesús llenarnos del Espíritu que le animo a él, para superar la inercia, el vacío y el sin sentido de la vida.

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EL RUIDO DE LA PALABRA

Toda reflexión es producto de la sonoridad de la palabra